De repente, te sientes acorralada por todas partes y no hay nada ni nadie que te pueda ayudar. Oras, pero tus oraciones se resumen en lágrimas y te preguntas si Dios las escucha. Buscas un consejo, pero parece que nadie entiende lo que te está pasando. Parece que no hay luz al final del túnel. ¿Por qué? ¿Qué he hecho para merecerme esto? ¿Cómo puedo vivir así? Confíe en Dios. ¿No es eso lo más difícil de hacer cuando parece que todo se viene encima de nuestra cabeza? Tan fácil de enseñar, pero tan difícil de practicar… Aun así, ésa es fa única opción correcta cuando los días, meses y años de oscuridad parecen no tener fin. La impresión que tenemos es que los problemas se unirán para atacarnos y paulatinamente nos volvemos más vulnerables.
Incluso así, pensamos que todavía podemos hacer algo para solucionar la situación — parece que nunca aprendemos la lección. ¿Cuántas veces intentamos resolver nuestros problemas con nuestras propias fuerzas? ¿Cuántas veces hemos salido victoriosas? Mira al frente y responde a esas preguntas. Por mucho que no lo queramos admitir, nosotras no tenemos todas las respuestas que necesitamos sin la ayuda de lo alto. Tu pastor o tu mejor amiga no pueden ayudarte — entiende esto. La ayuda que necesitas sólo puede venir de lo alto.
Eso fue lo que Ana reconoció después de haber pasado tantos años sintiendo pena de sí misma por no tener hijos. Ella tenía el amor de su marido pero incluso así, se sentía avergonzada. No conseguía ni comer. Cuanto más tiempo pasaba, más avergonzada se sentía. Hasta que un día decidió ir al propio Dios. Todos los años ofrecía a Dios una porción doble de sacrificio que su marido, le daba; pero esta vez decidió ofrecer algo de sí misma, algo que pertenecía. Se deshizo en lágrimas y sus palabras salían como gemidos de dolor, incluso así, encontró fuerzas para hacer el voto que cambiaría su vida:
“Oh Señor de los ejércitos, si tú te dignas mirar la aflicción de tu sierva, te acuerdas de mí y no te olvidas de tu sierva, sino que das un hijo a tu sierva, yo lo dedicaré al Señor por todos los días de su vida y nunca pasará navaja sobre su cabeza.” 1 Samuel 1:11
Ana sacrificó lo que más quería en la vida: el derecho de ser madre.
Y al final confió en Dios lo suficiente como para orar y lanzar sus aflicciones en sus manos. ¡Sacrificó su sueño! Verdaderamente confió en Él, pues aunque le diese lo que más deseaba, ella se lo entregaría de nuevo. La Biblia dice que “la mujer se fue por su camino y comió, y su semblante ya no estaba triste”. Ana confió en Dios.
Dios observó la confianza y la disposición de aquella mujer al entregarle la cosa más preciosa de su vida con el fin de honrarlo, y Él le respondió dándole un hijo que Le honró de hecho y de verdad, un gran hombre de Dios llamado Samuel.
La confianza de Ana, amiga lectora, es el tipo de sentimiento que necesitas cultivar en tu corazón, ya sea en relación a la vida sentimental, familiar o física. Es inútil tener mucha fe y no poseer el elemento que sustenta esa fe: la confianza. Confía tus problemas en las manos de Dios. No permitas que destruyan tu vida, haz como Ana: come y no dejes que tu semblante quede triste nunca más.
Extraído del libro “Mejor que Comprar Zapatos” de Cristiane Cardoso