El inicio del matrimonio de Jorgelina y Claudio estuvo golpeado por situaciones adversas que llenaron su camino de desafíos. «Mi vida era un caos», asegura ella y agrega: «Cuando me casé, no teníamos dónde vivir. Entonces, mis padres nos prestaron una pieza pequeña. Mi marido trabajaba de albañil, bajo patrón, y no ganaba bien».
Pasó el tiempo, nació su primera hija y su situación económica seguía igual. Luego de tres años, una noticia empeoró su realidad. «A mi esposo le diagnosticaron leucemia linfoblástica aguda, cáncer en la sangre. Ya no pudo trabajar y no podíamos comprar la medicación que necesitaba», relata.
Claudio estaba hundido en la desesperanza. Él recuerda: «Me quise tirar del segundo piso del hospital donde estaba internado. Pensaba en mi hija, en la situación económica y en que no iba a salir de allí. Me encontraba en el sector de oncología y había muchos internados, pero se iban muriendo. Era feo hablar con una persona y que la semana siguiente ya no estuviera. Todos morían. Por eso, no creía que Dios podía ayudarme, ni sabía si existía».
Jorgelina explica: «Mi esposo no estaba bien anímicamente, las mismas drogas del tratamiento lo ponían mal. Por eso, no podía estar solo y lo tenía que acompañar. Mi hija se quedaba con mi mamá y se enfermaba porque nos extrañaba».
La situación era desesperante. «Los médicos le habían dicho que, si el tratamiento no resultaba, podría llegar a necesitar un trasplante de médula. Yo pensaba en qué íbamos a hacer porque, además, mi hija necesitaba una cirugía debido a problemas del corazón», detalla ella.
En medio de ese panorama, una luz de esperanza apareció en sus vidas: «Mis suegros empezaron a asistir a la Iglesia Universal, nos hablaron de su programa y, como mi esposo tenía un televisor en la habitación donde estaba internado, por las noches lo veíamos».
Claudio le prometió a su madre ir a la iglesia cuando saliera del hospital y así fue. «El día que fui por primera vez, había un pastor que me orientó y me sentí muy bien, experimenté algo distinto», recuerda.
Fue entonces cuando comenzó a aferrarse a la fe y, según relata, su salud se restauró. Asegura que «los valores de los análisis empezaron a dar resultados diferentes» y agrega: «Me sané de la leucemia, gracias a Dios».
La transformación llegó a todas las áreas. «Mi marido se independizó en lo laboral, hoy tenemos una casa de dos plantas, un vehículo, un negocio y un galpón de 300 m2 para poner una fábrica», enumera Jorgelina y añade: «Además, operaron a mi hija y no le quedaron secuelas. Ahora también tenemos otro hijo».
Por último, aseguran que disfrutan de un buen matrimonio y resaltan: «El Espíritu Santo significa un cambio de vida, trae paz, alegría y felicidad».
Ellos asisten a la Iglesia Universal ubicada en San Martín 1281, Oncativo, Córdoba.
La Iglesia Universal del Reino de Dios aclara que todos los conceptos emitidos en este sitio, como en su programación radial y televisiva, en modo alguno deben ser interpretados en desmedro de la medicina ni de quienes la practican. NO DEJES DE CONSULTAR A TU MÉDICO.