Mariela Velozo sufrió desde pequeña porque veía como su papá maltrataba a su mamá, esa historia se repitió en su vida. El sufrimiento era una constante, pero descubrió la fe y con ella cambió completamente su vida.
“Pasaron 6 años y mi mamá no soportó más esa situación, entonces nos fuimos a la casa de mi abuela. Ella pensaba que nuestra vida sería mejor, pero allí había mucha miseria. Crecí pasando necesidades y a los doce años mi mamá me mandó a limpiar casas de familia. Tenía que trabajar para vestirme y tener mis cosas.
En la adolescencia buscaba divertirme para tener un poco de alegría, pero mi vida seguía igual. Crecí sufriendo, llorando por todo, vivía nerviosa. Después conocí a un muchacho y pensé que me iba a dar esa contención que necesitaba, nos fuimos a vivir juntos y empezó la violencia.
Lo mismo que le pasaba a mi mamá lo estaba viviendo en carne propia. Había violencia verbal y física, nos insultábamos todo el tiempo. Estábamos desempleados, como no podíamos pagar la pieza en que vivíamos nos fuimos a vivir a la casa de mis suegros. Nos dijeron que edificáramos allí, pero tuvimos problemas nuevamente, yo le echaba la culpa de todo a él, pero yo era el problema. Quise suicidarme tirándome a las vías del tren. Escuchaba voces que me incitaban a hacerlo, me decían que nunca iba a ser feliz.
Una amiga me invitó a la Universal, decidí probar y cuando participé mi vida fue otra. Entré y supe que era el lugar que tanto había buscado, tuve paz y esperanza de que mi vida podía cambiar. Hice el tratamiento espiritual, no fue de la noche a la mañana, primero me liberé de la angustia, de la tristeza, después, de a poco dejé los pensamientos de suicidio y comencé a tener amor para atender a mi marido, porque a veces lo odiaba. De a poco fui mejorando, fui viendo todo de otra manera y las cosas fueron cambiando en todos los aspectos.
Hoy mi vida es otra, mi matrimonio está muy bien, amo a mi marido y él me ama, nos mandamos mensajes cariñosos aun después de 25 años de estar juntos. Podemos almorzar en paz, tomar mate, charlar, pasear en familia y disfrutar de los chicos. Hoy mis hijos tienen esa paz que yo nunca tuve, ellos viven otra vida, tienen seguridad, padres que están en todo momento, eso es maravilloso”.
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