Jonathan llegó a la reunión de los viernes con el deseo de ser libre de aquello que lo aprisionaba desde la infancia y no le permitía disfrutar de su vida. Esta es su historia:
“Mi vida estaba destruida, hundida en los vicios. Empecé a fumar a los 10 años. En la secundaria eso se agravó porque nadie me veía. Mi madre creía que sus hijos éramos respetuosos, obedientes, pero nosotros tomábamos alcohol antes de entrar a clase. Preparábamos fernet y cigarros.
Pasó el tiempo, decidí irme de la casa de mis padres y empecé a vivir un infierno. Conocí la calle, la vida oscura, la noche, las malas amistades, personas que vendían drogas, traficantes. Entonces, me hundí aún más en los vicios.
Empecé a consumir cocaína y a venderla. Iba a ofrecerla a la salida de los trabajos porque pensaba que la gente humilde, la gente pobre era la que más consumía.
Al tiempo, conocí a una chica, que actualmente es mi esposa. Ella, con sus fuerzas, trataba de ayudarme. Sin embargo, teníamos muchos problemas y discusiones. Cuando tuvimos a nuestro primer hijo, pensé que iba a cambiar, pero no fue así.
El consumo y las ventas se triplicaron, se me fue de las manos. Llegué a consumir 18 gramos de cocaína y a fumar 40 cigarros por día.
Llegó nuestro segundo hijo y nuestra vida matrimonial empeoró. Además, estuve sin visitar a mis padres por seis años, me había olvidado por completo de ellos.
Hasta que un día un compañero de trabajo me habló de la reunión de liberación de la Iglesia Universal, pero no quería ir. Le decía que no me hacía falta, era orgulloso. Al tiempo, me volvió a invitar. Yo lo veía a él y me daba cuenta de cómo había cambiado desde que asistía allí.
Me insistió tanto que fui un viernes a la reunión de la noche. Tenía complejos y me preocupaba por lo que iban a decir de mí, pero me recibieron con mucho amor. Esa reunión quedó marcada en mi memoria.
El pastor dijo que quienes querían ser libres, que pasaran adelante. Entonces, pasé y recibí la oración. Fue impresionante. Mi vida cambió a partir de ese momento. Cuando salí de la iglesia, tiré a la basura los cigarrillos, la cocaína y el encendedor. Cuando llegué a mi casa, saqué la droga que tenía en mi armario y en el de mis hijos, y la tiré en el inodoro.
Entonces, tomé la decisión de seguir yendo a esa reunión. El pastor había dicho que fuera por 7 viernes consecutivos para mi liberación total y así lo hice.
Ya pasaron 9 años desde ese día. No consumí más marihuana ni cocaína, dejé el cigarrillo y el alcohol. Mi vida cambió gracias a Dios. Hoy soy feliz junto a mi familia.
Ahora, cuando veo una persona fumando en una esquina, que sufre como yo en el pasado, me acerco, le hablo de Dios y lo invito a las reuniones de los viernes”.
Asiste a la Iglesia Universal ubicada en Rioja 1448, Mendoza.