Sígueme. Juan 1:43
Es difícil imaginar cómo las personas dejaban sus casas, negocios, amigos, familiares, miedos, dudas y planes personales al sonido de solo una palabra proveniente de la boca de Jesús: “Sígueme”.
¿Qué tenía Él que, al oír esas palabras y mirarlo, las personas veían algo mucho mayor, más importante y más valioso que todo lo que conocían y tenían hasta entonces? ¿Cómo ellas, de repente, sin mucha consideración, dejaron todo y Lo seguían, sin informaciones adicionales?
Es verdad que no todos aceptaban la invitación. Algunas confiaban más en lo que ya tenían y conocían. Dudaban de Sus palabras. Su incredulidad era mayor que su fe.
Lo que ellos no entendían era que si Jesús les daba explicaciones, riqueza de detalles sobre lo que sucedería si ellos dejaban todo para seguirlo, no necesitarían fe. Si Él les explicaba y les decía: “Sígueme porque así tendrás dirección para tu vida; Conmigo siempre estarás seguro pues Yo soy el Hijo de Dios; nunca dejaré que nada te falte; tú serás infinitamente más feliz y mejor de lo que eres hoy…” – entonces, el llamado ya comienza a ser un buen negocio. No necesita fe, solo inteligencia.
La inteligencia es imprescindible, pero no lo es todo. La fe trasciende la inteligencia. Por eso, cuando esas dos se alían, vuelven a la persona invencible. Nunca desprecie a una en favor de la otra. Use a ambas por igual.
Quien tiene inteligencia y fe, no vacila en seguir a Jesús. En Él está la dirección para la vida y la seguridad para el mañana. Quien Lo sigue, no se equivoca.
Aplicación: Use su fe aliada a su inteligencia, siempre. Como sus dos piernas, dé un paso con una y otro con la otra. No ande por ahí como si tuviera una sola pierna.
¿Usted ha seguido a Jesús? ¿De cerca o de lejos? ¿De hecho o solo en su mente? ¿Ha equilibrado bien el uso de la fe y de la inteligencia o tiende más hacia una u otra? ¿Por qué piensa que algunas personas no responden al “Sígueme”?
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