Una escena verídica. Un periodista se detiene en una escalera cercana a su oficina. Y pasa, de manera inesperada, su jefe.
-¿Estás pensando?
-Orando.
No era mentira ni una excusa poco convincente. Él realmente estaba orando.
Debía entregar un texto para el que le pidieron bastante atención. No es que los otros textos no necesitaban atención, sino que ese era un proyecto diferente, edificante, que haría reflexionar a quien lo leyera. Entonces, después de pensar mucho y no estar satisfecho con nada de lo que se le venía a la mente, salió de la redacción, se apoyó en la baranda de la escalera, al aire libre, y le pidió al Espíritu Santo que lo guiara.
Algunos pueden pensar que era inútil orar por una cosa de esas, siendo que tantas personas necesitan algo más urgente. Otros pueden pensar que la actitud fue exagerada. No lo fue. Cada trabajo es importante. Si el mismo Dios nos ha dado la oportunidad de hacerlo, puede ayudarnos a realizarlo. Y eso hace una gran diferencia. Exactamente aquí viene la cuestión a la que queremos llegar: el periodista realizaba ese trabajo para Dios.
¿Cómo?
Ese hombre estaba aprendiendo la diferencia entre la persona que era antes y después de someter su vida a la voluntad de Dios. Antes, trabajaba y estudiaba. Quería ser un buen profesional y mejorar cada día. Perseguía eso, se esforzaba.
Pero todo era para sí mismo. Pensaba que era el deber de todos. Cumplía lo que estaba en el contrato de trabajo: hacía un buen trabajo. Sin embargo, le faltaba algo. Con el tiempo se dio cuenta de lo que era.
Él quería hacer su mejor, dar buenos resultados, estar satisfecho y complacer al cliente. Todo para sí mismo. La intención era buena, pero lejos de ser ideal.
Más tarde, se dio cuenta de que se engañaba. ¿Por qué motivo haría algo por sí mismo, si Dios estaba con él todo el tiempo?
Obviamente, Dios nos ayuda. Hace Su parte, pero gran parte es nuestra responsabilidad: el sudor, el esfuerzo. Nos asegura una buena cosecha, pero si no sembramos ¿qué vamos a cosechar?
Así que incluso antes de empezar un trabajo, el periodista comenzó a entender y a sentir la presencia Divina en todo el proceso. Ese día, mientras que pensó, no se le ocurrió nada. A partir de una oración silenciosa al borde de la escalera, todo fluyó. Él ya no trabajaba solo.
Pero el tema no termina así. Vamos a concluir este pensamiento.
Ofrendar
En la época del Antiguo Testamento, se usaba mucho la figura del sacrificio. Los judíos que iban al Templo de Salomón quemaban sus ofrendas en el altar. Y no ofrecían cualquier cosa: siempre era un animal sin defectos, por lo general el más hermoso entre los novillos, los corderos, los cabritos. Hoy en día, después del sacrificio vivo del Señor Jesús, afortunadamente ya no se ofrecen animales. Lo hacemos de otras maneras.
Los diezmos y las ofrendas son importantes, pero no lo suficiente. Hay algo que va mucho más allá de ellos a Dios: lo que somos y lo que hacemos.
Nuestro trabajo es una parte muy importante de lo que somos. Cuando está bien hecho, puede ser ofrecido en honra a Dios.
Y trabajo es trabajo, desde lo más simple a lo más complejo. Puede ser simplemente la pileta de su cocina limpia y perfumada. Los zapatos bien lustrados. Un informe bien escrito. Una buena atención a un cliente de un local, con educación y respeto. Una pared bien pintada. Una tesis de maestría bien defendida después de meses o años de intensa investigación. Una vida que se salva durante una cirugía. Es decir, cualquier trabajo, siempre que se haga con dedicación, competencia y seriedad.
Calidad indispensable
Por supuesto que todos estamos cansados y no todos los días de trabajo son agradables. El desgaste pesa y la prisa estresa. Por eso, Dios pensó, hace miles de años atrás, en el día de reposo, cuando determinó que descansemos por lo menos un día cada siete (Éxodo 20:8-11)
¿Quién no disfruta las vacaciones, un fin de semana o hasta una simple pausa de 5 minutos? El cansancio disminuye la calidad del trabajo y reduce la calidad de vida. Los resultados no son los que queríamos, aunque nos hayamos esforzado. Pero, con las baterías recargadas después del descanso, se puede iniciar el trabajo con gusto. Entonces volvemos a ofrecerle a Dios no solo el fruto de nuestra vida- sino ella misma. Y, como ya vimos, a Él no le podemos ofrecer cualquier cosa, ¿no es verdad?
No se puede ofrecer al Señor lo que se hizo con pereza o de cualquier manera. No se le puede ofrecer a Dios un trabajo que se obtuvo de una indebida ventaja o llevarse el crédito por lo que hizo otra persona.
Un trabajo bien hecho, aunque agotador, se puede ofrecer a Dios con sinceridad de corazón. Incluso duplica el placer de los que dan el diezmo o la ofrenda de acuerdo con su voluntad y fe, porque dan aquello que recibieron con honestidad y competencia.
Él siempre estará agradecido, porque estuvo con usted en el momento de la preparación, del sudor, y vio su compromiso para entregar un trabajo bien hecho. No importa su procedencia: ofrézcalo siempre a Él.
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