Los días pasan rápidamente y de forma vehemente. Son los compromisos que nos rodean y que pueden incluso limitar nuestro cuidado personal. Falta tiempo para una buena alimentación, por ejemplo. Comemos cualquier cosa, a cualquier hora, no nos ejercitamos y no nos preservamos. Pero, ¿todo esto es solo para que seamos saludables?
“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Corintios 6:19-20)
Cuando recibimos un regalo, lo cuidamos bien. Lo limpiamos, lo usamos y lo dejamos siempre en orden. El cuerpo que tenemos es un regalo de Dios y también debe tener el mismo cuidado, para que tengamos salud para poder hablar aún más de Su nombre.
Claro que cuidarse, alimentarse bien trae más salud, pero ese no es el único enfoque. Nuestro cuerpo es el templo de Dios.
Si sabemos que tendremos una visita en casa, corremos ponerla en orden, limpiarla y, así, darle una buena impresión a quien vendrá.
¿Cómo hablar del amor de Dios si una persona no tiene amor propio? ¿Cómo hablar de la esperanza si no creemos que podemos vivir mejor y no hacemos nada para esto?
Regalo valioso
Dele valor al cuerpo que Dios le dio. Cuídese bien, sea ejemplo de amor propio, de vida, de persistencia y esperanza.
Dios le ha dado un cuerpo a cada uno, no para que lo destruya, sino para que Él habite y para que Su Palabra sea llevada a todos en la Tierra.
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