A ella siempre le parece que las cosas malas y los obstáculos que aparecen en su vida son provocados por otros. Distorsiona la realidad y todo lo que hace o piensa tiene siempre un aire de negatividad. Su autoestima es baja: para ella la vida es injusta, cruel, chata y la suerte nunca le alcanza. Todo a su alrededor va bien, menos su vida. Sin embargo, la culpa nunca es de ella, claro, pues es más injusticiada de todos los seres humanos.
Si el marido la insulta, ella llora y se desespera, si los hijos no la obedecen, se siente atrapada. Para ella, todos traman en su contra y, ante los hechos, se queja, murmura y termina transformándose en una persona insoportable. Nadie quiere tenerla cerca. Luego pierde a su esposo, y sus hijos – cuando crecen – normalmente se alejan.
Ella no tiene vida social, ya que “todos” la dejan afuera de los acontecimientos, de las fiestas, de las reuniones, de la ronda de amigos, de los asuntos, sea en el trabajo, en la escuela o en casa. Ella se siente inferior, es verdad, pero cuando es cuestionada, siempre tiene una excusa para sus fracasos y derrotas: “La culpa es de los otros”, dice. Ella simplemente se siente víctima: víctima de la situación, de las personas, de todo.
Normalmente, la mujer tiende más a sentirse víctima ante las adversidades, sin embargo, no todas reaccionan negativamente ante ellas. Veamos el ejemplo de la hoy profesora de ciencia política en la Universidad de Stanford, en California, Condoleezza Rice.
Una elección
Cuando ella nació, en 1954, en Birmingham, Alabama, los niños de color no podían estudiar en las mismas escuelas que los niños blancos, ni siquiera sentarse al lado en los colectivos, ni tomar agua del mismo bebedero. Fue también en ese estado norteamericano que sucedieron los mayores conflictos raciales en los años 1960. Condoleezza es una persona de color.
Obviamente sufrió horrores en su infancia y adolescencia. Con solo 9 años perdió a su amiga, víctima de un atentado contra las personas de color. Ella tenía motivos de sobra para quejarse, acusarse y, queriendo o no, sentirse víctima de todo eso que la afligía. Tenía frente a ella dos caminos, pero solo una elección.
O seguía sin hacerse la víctima de la situación – que era latente y traumática para la época – o vivía acusada, culpando a todo y a todos, sin mover una paja para cambiar el cuadro asombroso.
Ella fue inteligente: enfrentó el problema de frente, recibió apoyo del padre – un pastor presbiteriano – y venció todos los traumas. El pasado diciembre, ella estuvo en Brasil, en la capital de San Pablo, en “Women in the World”, foro que debate los derechos de las mujeres, donde resaltó ese apoyo recibido del padre, que un día le dijo: “No podemos cambiar las circunstancias, pero podemos controlar las reacciones que tenemos ante ellas”, recordó, explicando a la platea que esa frase le sirvió de lema para su vida.
Condolezza creció, estudió mucho y fue la primera mujer que ocupó un cargo de altísimo escalafón del Gobierno norteamericano.
Reevalúe su vida
¿Y si ella se dejara llevar por su condición y situación? Seguramente viviría quejándose y llorando por los rincones y nada sucedería. Por lo tanto, si esa es su situación, es el momento de reevaluar su vida. Hacerse la víctima solo empeora las cosas, destruye sus energías y, desgraciadamente, le traerá consecuencias tristes.
Asuma sus responsabilidades y sepa que si usted quisiera, de hecho, puede cambiar ese cuadro y superarlo. Y lo más interesante en todo eso es que Dios le garantiza esa ayuda, basta seguir hasta el final.
Vea lo que Él dice en Su Palabra: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados.” Isaías 57:15
A partir del momento en que usted se coloca en otra posición, pasa de la condición de víctima a la de alguien que no acepta vivir esclava de los sentimientos y especulaciones. Es decir, retoma las riendas de su propia vida y pasa a ser responsable de cambiar su destino, su suerte.
Aunque su vida sea un tremendo fracaso, no mire su condición, pues usted puede hacer de ese infortunio la mayor oportunidad de cambio. Pero es necesario reaccionar y dejar de lamentarse. La mejor alternativa para vencer los obstáculos y problemas es dejar de ser víctima y, literalmente, dejar de lado esa forma destructiva de vivir.