El Dios-Hijo descendió de Su gloria para asumir la posición de “cordero”, con la finalidad de derramar Su Sangre por todos aquellos que lo aceptan como Señor y Salvador (es obvio que quienes no le consideran como tal, no tienen tampoco el derecho de recibir la salvación eterna).
Esto es maravilloso, pues no necesitamos sacrificar ningún animal más para purificarnos. Ni todos los animales que existen en el mundo servirían como propiciación por nuestros pecados, ya que éstos son innumerables. Sin embargo, gracias a Dios por nuestro Señor Jesucristo, que se constituyó en nuestro Abogado junto a Dios-Padre para defender y garantizar la salvación de todos aquellos que sinceramente Lo aceptan como su único Salvador y Dios.
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.” Romanos 5:1,2
El Señor Jesucristo significa salvación del cuerpo, del alma y del espíritu, exclusivamente por la fe. No por las obras de caridad, pues hacer caridad es una obligación de cada uno de nosotros. ¿Qué cuesta dar la mano a aquel que está caído? Cuando hacemos esto no significa que estemos garantizando nuestra salvación, pues, como está escrito, es solamente por la gracia, por medio de la fe en Jesucristo: “Mas el justo vivirá por fe…”, (Hebreos 10:38).
La historia registra el hecho de que Martín Lutero vivió en un convento católico, y todo lo que hacía era con la intención de purificarse delante de Dios. Aunque él no hubiese terminado una tarea en el convento, enseguida iniciaba otra, y otra más, de forma que durante todo el día trabajaba duro lavando platos, el piso, la ropa, etc.
Por la noche estudiaba la Biblia y oraba. Esto sucedió durante muchos años, hasta que, un día, cuando estaba fregando la escalinata del convento, el Espíritu Santo habló fuerte en su corazón: “Mas el justo vivirá por fe.”, (Hebreos 10:38). Entonces él cesó inmediatamente de limpiar las escaleras y dijo para sí: “¡Si el justo vive por la fe, entonces todo mi sacrificio manual es en vano!”.
Tiempo después, abandonó definitivamente la Iglesia Católica para enseñar al pueblo que la salvación del alma viene por la fe, y no a través de penitencias personales.
Ahí nació el auténtico cristianismo en el mundo, cuando las personas dejaron de lado las obligaciones religiosas para vivir nada más que por la fe en aquello que el Señor Jesús realizó por todos los que en Él creen.
Si la salvación de las personas fuese a través de las obras de caridad, el Señor Jesús no hubiera necesitado venir al mundo, bastaba solo ordenar que se hiciese caridad para la salvación, ¡y listo! Pero no, la salvación de las personas solo es posible cuando ellas aceptan el sacrificio del Señor Jesús nada más que por la fe.
Tenemos conocimiento de numerosas personas que insisten en continuar pensando en la posibilidad de alcanzar la salvación de otras formas: afirman categóricamente que no hacen mal a nadie; que si no pueden ayudar a las personas tampoco les dificultan las cosas; o que una vez cada tanto ayudan a personas necesitadas; que creen en Dios, etc. Intentan justificarse ante sus propias conciencias y realmente creen que no hay necesidad de un Salvador, pues ellas mismas pueden “salvarse por sus propios méritos…”.